Cada agua
que martiriza
al mar
queda
conducida
en la ceguera
propia
de imaginar
su sustancia
asevera
la realidad
tras la fuga
del piélago
cuando las nubes
ahogadas en su negrura
vuelven
a mirar en el agujero:
hay luz,
hay luz,
hay lus,
hay luz,
hay luz
hay un pulso
que imita el eco
hasta su caída incesante
de conciencia,
sólo fue
un agujero
trenzado,
la aguja sigue
su mandato
en un vórtice
creciente hacia
los lados.
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